miércoles, 23 de julio de 2014

Relato - La Casa de la Música

Este es para Ylenia, del blog Está lloviendo en Market Chipping. Es una pequeña iniciativa mía en Twitter, para obligarme a mí misma a seguir imaginando historias, porque me viene bien y sé que lo necesito.



Iria soñaba con una dulce melodía cuando los primeros rayos de sol atravesaron sus párpados, interrumpiendo el ligero sueño en el que se había visto envuelta tras el cansancio de la noche anterior. Desorientada, se incorporó y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la claridad. Había algo que no cuadraba, esa habitación no era la suya. “¿Acaso sigo soñando?” se preguntó. Las paredes se hallaban cubiertas por un papel de tonos morado y rosa pastel y el edredón iba a juego, decorado con un estampado de ositos y otros animales. Era, a todas luces, la habitación de una niña pequeña.

La muchacha salió de la cama y comprobó, para su sorpresa, que no llevaba puesto su viejo y anodino pijama gris, sino que este había sido sustituido por un fino camisón color medianoche con estrellas plateadas bordadas, imitando el firmamento nocturno.

“Si esto es un sueño, no parece nada malo”.

Una cantarina risa llegó hasta sus oídos, seguida por un pequeño resplandor que se materializó en la habitación, aumentando de intensidad hasta revelar la silueta de una niña, tan sólo definida por un contorno de brillantes partículas que tintineaban al chocar unas con otras. Parecía el sonido de mil campanitas de cristal.
“¿Quién eres tú?”, la voz, cálida e inocente, fue proyectada directamente hacia la mente de Iria que, al ver que aquella especie de espíritu no portaba malas intenciones, respondió con amabilidad. La sonrisa de la niña se ensanchó, provocando un hermoso sonido. “Yo me llamo Annie, bienvenida a la Casa de la Música”.
-¿Qué es exactamente este lugar? –preguntó Iria.

“Tan sólo sígueme”.

La silueta de Annie se difuminó, convirtiéndose en una masa indefinida de polvo brillante que comenzó a desplazarse hacia el exterior de la habitación. Multitud de preguntas bullían en la cabeza de Iria, pero decidió guardarlas para más adelante y seguir a aquella niña fantasma que brillaba con la luz de las estrellas.

Salieron a un pasillo de paredes color melocotón. El suelo era de madera oscura e Iria iba descalza, pero la melodía de Annie rompía el silencio del lugar. Descendieron por unas escaleras de caracol que desembocaban en una pequeña salita con una chimenea cuyo fuego era la única luz presente. El único mobiliario de la estancia eran dos sillones rojos sobre los que descansaban, desordenados, montones de partituras. En la penumbra de una esquina, un hombre anciano tocaba el violín pero, misteriosamente, ninguna nota llegaba a sus oídos. El hombre tenía los ojos cerrados y parecía escuchar lo que tocaba, pues su cuerpo se balanceaba al ritmo de la música que para Iria resultaba imposible de oír. La silueta de Annie, que había vuelto a materializarse, se detuvo a pocos pasos del hombre e indicó con un gesto a Iria que se acercara y guardara silencio. “Cierra los ojos y alza las manos”, susurró en su mente e Iria la obedeció. Gradualmente, y como si de una caricia se tratara, pequeñas figuras comenzaron a danzar entre sus manos, haciéndole cosquillas. De alguna manera, al entrar en contacto con ellas, Iria pudo “escuchar” la melodía del violín, aunque en realidad no oía nada, tan sólo lo sentía en su piel.
“Escuchar tan sólo es un comienzo. Este es el tacto de la música”, afirmó Annie.

Cuando la melodía terminó e Iria abrió los ojos, descubrió que los tenía llenos de lágrimas. Tal era el sentimiento que aquel tacto había despertado en ella. El hombrecillo, ajeno a la presencia de público, comenzó a tocar una nueva canción, pero Annie no tenía intención de quedarse más tiempo allí. Su resplandor guió a Iria hacia otra habitación de paredes moradas, vacía a excepción de un enorme arpa dorado colocado en el centro. Una melodía delicada y parsimoniosa era emitida por el instrumento, cuyas cuerdas se pulsaban solas. Después de lo experimentado en la habitación del violinista, Iria no se sorprendió demasiado. Annie sobrevoló la estancia provocando un sonido de campanillas que armonizaba perfectamente con la canción del arpa. “Ahora, inspira profundamente”. E Iria dejó que el aire entrara en sus pulmones. Al instante, un olor a tierra mojada invadió sus fosas nasales, mezclado con el aroma del chocolate caliente recién hecho.

-El olor de la música… -susurró Iria.

Pero su placer no duró mucho. De repente, un estruendo de cristales rotos interrumpió toda la magia. Las partículas que formaban el cuerpo de Annie cayeron al suelo, desparramándose en todas direcciones. El suelo comenzó a temblar y enormes grietas se abrieron en las paredes. Iria, paralizada por el pánico, sintió que algo tiraba muy fuertemente de ella. Todo se volvió negro.

Se despertó en su habitación con el estridente sonido del despertador. “Un hermoso sueño, lástima que se acabara tan pronto”.


No fue pequeña su sorpresa cuando, al mirarse en el espejo, descubrió que llevaba puesto un hermoso camisón de tela fina color medianoche, con estrellas plateadas bordadas, imitando el firmamento nocturno.

2 comentarios:

  1. Jo, qué bonito, Al, en serio, me ha encantado el relato que has hecho con las palabras que te di. El tacto de la música me ha parecido maravilloso y original, me ha recordado al cosquilleo que me recorre cuando toco la armónica. Y lo del olor... Cuando toco la ocarina me imagino en un claro , con una tela de araña con gotas brillantes... Olor a tierra mojada...
    Me imagino que haya sido casualidad que hayan coincidido sensaciones mías con el relato, pero, leches, mola muchísimo.
    Felicidades por el relato y espero que continúes escribiendo, lo haces muy bien, ¡te sigo diciendo que tienes talento, Pokémon!

    ¡Un abrazo y muchas gracias por el relato!

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  2. muy muy muy bueno!. Por favor no dejes de escribir. No eres consciente del talento que posees. Felicitaciones.

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